16 abr 2008

Gritos de libertad

Te escribo cobijada en la penumbra. Es de noche y hace frío. Mi abuela duerme mientras yo pienso. Sopla el viento, y hace ruido. Para responderle, tan sólo fumo. Y aunque preferiría gritar sin miedo, ya es tarde. No es propio de mis lamentos despertar los sueños de todo el mundo.

Sólo son cuatro días sin oírte… y te siento más lejos que antes todavía. Resuena el Sahara en mi vida: llega hasta Madrid el eco del desierto. Y con él tu voz difusa, tan borrosa, que se pierde en los gemidos de las sombras.

Yo callo mientras te escribo. Ayer, en cambio, gritaba clamando tu libertad. Y también la de tu pueblo. Algunos pasaban de largo indiferentes, continuando su camino sin a penas inmutarse. Pero otros, sin embargo, estaban gritando conmigo. Yo grité alto, muy alto. Grité de diferentes formas y en todo momento. Grité mirando al cielo y levantando los brazos. Grité tan fuerte como sé. Grité hasta que mi garganta comenzó a carraspear y no pudo gritar más. Y mi intención sólo se concentró en que tú escucharas lo que dije. Ayer hubo una manifestación a favor de la autodeterminación… y grité por cada saharaui, para que alcancéis la libertad.

Sé que, hoy, tú debes sentirla demasiado lejos, mas corrígeme si no es verdad que ayer te preguntaste a media tarde, extrañado, por qué de pronto te llegaba, sin saber de dónde provenía, un soplo de libertad.

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