10 may 2008

Llegada a Seúl

Después del oleaje bravo y de la calma suave. Después de las confusiones y una clara incertidumbre. Después del riesgo y de las dudas.
Después de avanzar retrocediendo en infinitas ocasiones. Después de renunciar a mi viaje para finalmente retomarlo. Después de negármelo.
Después de varios meses surcando el mar de la imaginación. Después de naufragar en él mis fantasías. Después de volar soñando y rozar la realidad… Por fin pisé tierra firme.

He llegado a Seúl.

Como sucumbió ayer la noche ante la aparición de la mañana, sucumbió mi inocencia ante los encantos de ese mundo salvaje. Y me adentré en él en un suspiro, en un leve roce, en el encuentro de dos bocas sedientas dispuestas a unirse bajo la lluvia.
Mientras esperábamos llegar a una guarida en la que cobijarnos, el tiempo pasó por delante, abrazado a la ternura.

¡Al fin! Seúl se abría paso ante mis ojos.

Y exploré aquellos senderos que permanecían escondidos. Rebasé la geografía más abrupta y atrevida. Recorrí el contorno de las formas de un paisaje que hoy se muestra inacabado.
Me empapé de agua, de cielo, de tierra… El tacto de una silueta se deshizo entre mis dedos. Y mis ojos se cerraban víctimas de un viento irracional.

Dormí en Seúl.

Y al abrir los ojos contemplé el lugar en el que, tras un viaje turbulento, había aterrizado. Supe así que, desde entonces, no querría abandonarlo.
¡Saboreé tus labios! Pero hoy, lejos de ti, sigo pensando que el insensato huracán que sopló ayer no fue más que otro fragmento de mi sueño inalcanzado. Y esperando equivocarme sólo recuerdo…

He alcanzado Seúl.

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