15 may 2008

La abuela Rita (II)

Apoyándote sobre los brazos, te levantas muy despacio de tu mecedora. De pie, sobre tus zapatillas verdes de andar por casa, te cierras bien la bata y rodeas la mesa circular caminando pausada, sin que te apremie el sueño o la impaciencia.

Te acercas al reloj de cuco y tiras lentamente de sus cuerdas. Nunca he visto detenerse el tiempo en esta casa.

Me abrazas, como cada noche, antes de irte a la cama. Y a mí me encanta envolverte con mis brazos y escuchar en el oído, a mi derecha, tu voz anciana preguntándome qué almohada es la que yo prefiero. Y aunque te lo digo al menos una vez a la semana, me agrada volverte a contestar, mirándote a la cara: “la más baja”. Y saber que, como cada noche que paso contigo, dejarás preparado encima del colchón, tu suave camisón blanco, para que lo use yo.

Ahora, abueli, ya duermes, y yo mientras escribo en el salón.

El sillón en el que siempre se sentó el abuelo permanece intacto, todavía sosteniendo ese cojín que usaba él mientras se acomodaba al tiempo. Su mesa de despacho sigue tal y como estaba. Con el teléfono y un calendario, con la lámpara y un cenicero.

Y mientras pienso, el tic-tac del reloj de cuco sigue retumbando en la sigilosa noche. Parece como si el abuelito nunca se hubiese ido. Parece como si nunca fueses a marcharte tú.

Te quiero tanto...

1 comentario:

Anónimo dijo...

sin palabraaaaaaaaaaas es genial solo kisiera decir mas pero solo eso es es es genial....sigooooooo....tu....bolitaaaaaa.