31 ago 2008

Helsinki


Me sorprende la organización de este país: la limpieza de las calles es absoluta, los horarios se cumplen a la perfección, la gente coge su número y espera su turno sin intentar colarse… Y, además, la ciudad de Helsinki no se muestra tan apática como me habían contado. Yo he encontrado mucho encanto por sus calles, la ligereza en el cielo denso, la tranquilidad en el vaivén del puerto y la magia del mercado.

En la que configura la más típica imagen de esta capital, la Plaza del Senado se arrodilla ante una catedral de arquitectura rusa, muy imponente. Blanca y de cúpulas verdes, con estrellas doradas salpicadas sobre ellas, parece rozar el cielo. Los edificios que la rodean abrazan los detalles y son coloridos. Entre ellos, las calles tienen un aspecto bastante pulcro. La música, se escucha al torcer cada esquina: xilófonos y acordeones embelesan mis oídos mientras camino. Y bicicletas, barcos y tranvías, acunan en silencio la tranquilidad que aquí se mima.

En el mercado que hay junto al puerto, se aglutinan todo tipo de frutas del bosque: frambuesas, moras, fresas, arándanos, uvas, bayas… Y se respira el olor del salmón. Se puede sentir el calor con sólo palpar las pieles y lanas; el hueso de reno toma la imagen de curiosos adornos y utensilios trabajados manualmente; y la cerámica es fascinante.

Después de pasear durante horas, me siento a descansar y a comer algo en el borde del puerto, dejando colgar mis piernas sobre el mar. Las gaviotas tratan de comunicarse conmigo mientras los barcos entran y salen agitando las aguas. Un nubarrón grisáceo amenaza con descargar, pero prefiero pensar que no tendrá valor. Allí, a lo lejos, sólo veo árboles. En Helsinki la naturaleza convive en armonía con la urbe.

Reconozco que cada pasito que voy dando se transforma en sorpresa, lo que me provoca una sonrisa tras otra. Desde que volví del Sahara, no me habían sacudido tantos escalofríos en un solo día. Finlandia promete…

Y ahora, voy a seguir deambulando. Tengo escasas horas para conocer Helsinki, antes de subirme al tren que sigue rumbo a Jyväskylä.

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