21 ene 2008

No siempre se vuelve


Tambaleó mi mundo. De pronto, todo se resquebrajó bajo mis pies. Parecía como si un terremoto azotase furioso mi tranquilidad. Y ésta, sin suspirar, se desmoronó al instante.

Volví a la realidad. De repente estaba fingiendo que no pasaba nada. Y mientras mantenía a duras penas la fachada a flote, todo mi ser inundábase de dudas.

Paralizada. Durante no sé cuánto tiempo. Y a lo largo de ese transcurrir abominable, me visitó la angustia, la rabia, la pena y, sobre todo, el pánico. Pero ya nada podía constatar mis hipótesis. Todo se había esfumado.

Agitada. Salí corriendo a la calle para gritarle al cielo. Pero las lágrimas fueron más rápidas que el viento y su amargura me cerró la boca. Y entonces, silencio. Silencio impenetrable y absoluto. Silencio tétrico, obligado y agudo. Silencio eterno. Ante la transformación de mi voz en llanto… Silencio injusto.

No hay comentarios: