Estabas frente a mí y tus grandes ojos negros se tornaron brillantes. Tus cejas, pobladas y densas, se arquearon con asombro. Te acaricié la cara. Tu piel morena y un tanto demacrada se plegó en hoyuelos mientras sonreías. Y sentí un deseo irrefrenable de solaparme a tu delgado cuerpo y camuflarme bajo tu cazadora de cuero.
Casi rozándote pensé: « ¿pero tú no estabas en Atenas? ». Y como si me hubieses escuchado respondiste, bromeando, que lo estaba soñando. A punto ya de besarte, me desperté de un sobresalto… Lo estaba soñando. Y soñando yo esta noche viajaré hasta Atenas, y cuando por fin te haya besado te preguntarás, alucinado, si no lo estás soñando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario