17 dic 2007

En noches como ésta...

En noches como ésta, me refugio entre las hojas secas del otoño. Busco la soledad, a falta de compañía. Tiritan frías mis manos, como tiritan las finas ramas que penden inestables de otras ramas más gordas. El viento las agita igual que el tiempo lo ha hecho con mi pulso. Todo tiembla, menos el silencio. Pero… en otras noches como ésta, tú eras lo único que a mí me hacía temblar.

En noches como ésta, mi cuerpo mengua de la misma forma en que lo hace la luna: hasta desaparecer. Pero la oscuridad del cielo no es más profunda que el dolor de tu recuerdo. Me alumbran las bombillas anaranjadas y mortecinas de las farolas. De pronto, escucho el aullido de un perro, que es hoy la única señal de vida. Pero… en otras noches como ésta, tú eras la única señal de mi vida.

En noches como ésta escupo tinta roja sobre papeles en sucio. Me enciendo un cigarrillo tras otro y dejo que me rodeé el humo. Pasan las horas, como si fuesen días moribundos a los pies de una tumba. No pienso en nada, excepto en ti. Pero… en otras noches como ésta, era el cielo el único que enrojecía. Yo sólo me dejaba rodear por tus aromas y eran los días los que se me escapaban como si fuesen horas. Y es cierto que entonces tampoco pensaba en nada, excepto en ti.

Y hoy las canas han teñido el pelo bajo el que se refugian mis recuerdos del olvido, del mismo modo en que la nieve recubría las calles por las que nuestra unión se resguardaba del mañana. Han pasado muchos años ya desde que te conocí. He crecido tanto como el amor que te guardaba. He conocido otros rincones que no son los tuyos y he intentado saborear manjares que no provenían de tus entrañas. He tratado de continuar mis días sin tu presencia, pero lo único que he conseguido ha sido rellenar las noches de una terrible ausencia indomable que lo coloniza todo.

Y hoy ya es demasiado tarde como para volver a verte. Ya no soy joven como para lanzarme a encontrarte. Ya no tengo el valor para dejarlo todo y reunirme contigo. Mis piernas a penas pueden caminar por los pasillos de la casa y, aunque lo intentase, nunca conseguiría alcanzarte vivo. Y es que la muerte parece estar llamando a mi puerta de una forma tan clara como sólo lo has hecho tú. Me dirigiré hacia el lugar que un día conocí gracias a ti: el fin del mundo. Pero, ¿sabes Finlandia? El fin del mundo que tú me mostraste era mucho más cálido que éste, a pesar de hallarnos sumergidos en un frío polar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No dejes de escribir ali, es precioso el relato que escribiste, esa persona si lo leyera estaria mas que orgulloso de ti...plomi