2 feb 2008

El duendecillo sin nombre


Manos opacas tapaban mis ojos. Banalidades indefensas llenaban mi boca. Mi cuerpo bailaba al compás de la irreflexión y, durante aquel rato, me convertí en olvido.

Lejos de imaginar quien era él, apareció y me destapó los ojos. Calló mi boca y habló la suya. El baile brotaba ahora de su reflexión y, durante aquel rato, se convirtió en recuerdo.

Consecuencia de mi irrealidad envolvente, fui un instante la Musa de su fugaz improvisación poética. El misterio le bañaba mientras yo no me enteraba de que, antes de que yo lo hubiese escrito, él ya lo había leído. Y es que se anticipaba a casi todos mis pensamientos. Pero, a los que no pudo, solamente contestaba: “os odio”. Y entonces me anticipaba yo, leyendo en sus ojos que nos amaba.

Me confesó indignado que sólo le gustaba mi sonrisa. A mí, no me pareció poco. Y como recién salido de algún cuento fantasioso, anoche mismo, entre el tumulto y la embriaguez, se despidió de mí, sonriendo, el duendecillo sin nombre.

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