6 jun 2008

Lágrimas de arena

Penetra en mis oídos el eco del silencio. Se mueven todos los papeles que hay sobre esta mesa, perdiendo el orden que jamás tuvieron. Me azota un viento que proviene del desierto.

Y me convierto en furia, en rabia, en lucha. Me transformo en el grito de las últimas voces que acalló la violencia. Me dibujo en las letras de las palabras reprimidas y prohibidas. Me confundo entre la vida y la locura. Y me deshago, parte del repugnante olvido. Pero no muero. Sobrevivo.

Y me despierto a diario sabiendo que el corazón comprimido y el lamento mudo son las semillas que hoy se siembran en nuestras tierras. Sabiendo que se alimentan los débiles brotes que nacen, con el abono que aumenta el terror furtivo. Sabiendo que suavizáis el crecimiento con la ayuda de fertilizantes de amenazas. Y sin embargo duermo cada noche, alabando a todas esas flores que crecen fuertes y brillantes, alabando a todas ésas que se mantienen rectas, entre tanta mala hierba. Porque sí, ¡existen! Pese a esos intentos burdos por pretender que se extingan.

Y el mundo no reacciona ante tal delicadeza. La multitud no atiende al desequilibrio en la balanza. Y ya ni los individuos se inmutan ante escenas tan grotescas.

La incomprensión puede matarnos, es cierto. Pero, ¿nadie se da cuenta, realmente, de que no será más dolorosa que el sometimiento a esta injusticia? A mí es la impotencia la que me roba la vida.

Lloro lágrimas de arena...

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