17 oct 2009

El Imperio del Tiempo

En un Imperio muy muy cercano, llamado Tiempo, gobernaba el Señor Reloj. El Señor Reloj siempre tenía prisa, le gustaba ser puntual y era muy mandón. Solía enfadarse mucho con su Ejército de Segundos, para que no llegase nunca tarde. Por eso, los Segundos siempre iban corriendo, desde el 1 hasta el 60.


La misión de los Segundos era avisar a los Minutos, que eran un poco más perezosos. Los Minutos iban más despacio, para no cansarse tanto. Pero los Minutos también tenían una misión: debían decirles a las Horas cuando tenían que cambiar de posición, 24 veces al día. Si el señor Reloj veía 24 Horas distintas cada día era feliz, y hacía sonar las campanas.


Hasta ahora, Segundos, Minutos y Horas siempre habían sido puntuales. Siempre habían llegado a tiempo en el Imperio del Tiempo.


Pero los Segundos ya estaban hartos del señor Reloj, porque siempre les hacía correr más a ellos que a nadie. Las Horas eran largas, los Minutos más tranquilos, pero los Segundos estaban muy estresados, y querían un descanso. El Señor Reloj siempre se negaba. Se enfada mucho sólo al escuchar la loca idea que tenían los Segundos. ¡Parar el Tiempo dentro de su Imperio! Qué tontería.


Un día el Ejército de Segundos, ya cansado de correr y correr siempre sin descansar, se detuvo sin avisar al Señor Reloj. Era una Revolución. El Ejército de Segundos no fue a llamar a los 60 Minutos, que a su vez no pudieron decirles a las Horas cuando debían cambiar. De pronto, el Imperio del Tiempo, gobernado por el Señor Reloj, se había parado.


El Señor Reloj sintió algo extraño y fue a observar su Imperio desde las alturas. Allí, vio como un ser muy pequeño y muy extraño se reía. El Ejército de Segundos estaba a su lado, muy quieto. El Señor Reloj se enfadó tanto que decidió ir a preguntar a Don Calendario, su consejero real:

- ¡Don Calendario, Don Calendario! ¿Qué debo hacer? ¡Mi Ejército de Segundos está sentado!


Don Calendario, que era muy sabio, le respondió:

- ¿Has visto al niño que está al lado del Ejército?

- ¿Ese tan pequeño? ¡Pues claro que le he visto! ¿Por qué? – El Señor Reloj estaba confundido. A él no le importaba ese maldito niño; sólo estaba preocupado por el Tiempo.

- Porque ese niño tan pequeño, sabe reírse muy alto. Tan alto, que los Segundos le han escuchado, y por eso han detenido sus labores en el Tiempo. En estos momentos, él es el Señor de tu Imperio.

- ¿Qué puedo hacer, Don Calendario? – El Señor Reloj tenía miedo, pues veía amenazado su gran Imperio.

- Amigo Reloj, así no puedes controlar el Tiempo. Debes ser más bondadoso, o te abandonará todo el mundo, incluidos los segundos.


Desde entonces, el Señor Reloj no se enfadaba tanto; ya casi no gritaba. El Ejército de Segundos, con sus Minutos y sus Horas, debían hacer su trabajo, pero en momentos especiales tenían el derecho de tomarse un buen descanso. Don Calendario le había enseñado al señor Reloj que el Imperio del Tiempo era también de los niños y que ellos, a veces, sabían cómo pararlo.


Es por eso que cada vez que un niño es feliz y se ríe alto, muy alto, el Tiempo se detiene y los Segundos, descansan aliviados.

1 comentario:

Anónimo dijo...

esta me encanto xq me hizo recordar mucho a Tamarita cuando rie es muy linda si escribiendo mi niñaaaaa....
att. ..tu bolitaaa