Me despertó el sonido del té. Aquella mujer tan misteriosa vaciaba y rellenaba un vaso tras otro, y la espuma brotaba como de su ensimismamiento.
Estiré los brazos y me puse en pie. El sol se colaba por la única apertura de la jaima.
Respiré hondo y me acarició el viento. Probé el té y el calor del desierto me abrigó por dentro.
Amanecía en el Sáhara.
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