20 nov 2007

Mis palabras...

Escribo. En los días como éste, escribir es lo único que me levanta de la cama. No prefiero ver o hablar con alguien. No me alivia más gritar. Y dormir no consigue que me olvide de todo. Escribir, sí.

Me encierro dentro del coche y aparco en una calle poco transitada. Preferiría estar en otro sitio, pero aquí al menos percibo la calma durante un rato. Me concentro en el papel: las gotas de lluvia se deslizan sobre el cristal de la ventanilla creando sombras que parecen arañar su superficie. El viento zarandea constantemente las ramas de los olmos y, con ellas, zarandea también mi alma. El color grisáceo del cielo se confunde con el de mi estado de ánimo. Mi corazón también llora.

Me enciendo un cigarrillo. El bolígrafo no sabe bien hacia dónde desplazarse si no encuentra humo en el ambiente; él también es un fumador nato. Nunca sé muy bien sobre qué voy a escribir, pero mi muñeca diestra siempre ha girado y girado vomitando garabatos que finalmente no suelen tener sentido alguno. Ahora mismo, mi muñeca sigue girando sin cordura. ¿Quién va a entender lo que escribo si no lo entiendo ni yo? ¡Y que más dará si nadie puede entenderlo! La belleza de este escrito no reside en su comprensión, sino en mi incapacidad para contenerlo, sea cual sea el mensaje. Quizás, el único mensaje que hoy deje aquí escrito sea que este escrito no tiene ningún mensaje.

Ésa es la fuerza de mis palabras. De ellas mana el entendimiento y también la confusión, de ellas mana el conflicto y también la solución. De ellas manan verdades y manan mentiras. Todo esto podría ser verdad, o podría ser mentira. Sólo mis palabras lo saben. Y ellas son también las únicas que saben lo que se me escapa a mí al utilizarlas, y esto no es otra cosa que la forma en que los demás las entienden. Palabra escrita, escuchada o dicha, es algo que ya está hecho y que no puede ser deshecho; aunque las mismas letras encierren un significado distinto para cada uno y, para otros, ninguno. ¿Soy yo la que ha encerrado un significado en cada palabra, o son las palabras las que me han encerrado a mí dentro de un significado? Fuese quien fuese el carcelero, ninguna de las dos resultaríamos culpables. Ambas podríamos hallarnos en el lugar de la otra. Ambas podemos ser justas o pecadoras. Ambas podemos llorar o reír. Ambas podemos sentirnos victoriosas o desoladas. Y, aunque a veces mis sentimientos se intentan desprender de mis palabras, siempre terminan unidos en un mismo punto: la comprensión. La mía. La de mis palabras. Y quizá sea este mismo punto el de la incomprensión de los lectores.

Por eso escribo. Porque escribiendo consigo entenderme aunque nadie más lo haga. Porque escribiendo llego a lugares donde nunca antes he estado. Porque aunque no diga nada, para mí, lo digo todo. Escribo porque pienso en cosas que sin escribir no pensaría. Porque escribiendo siempre encuentro, aunque no esté buscando. Porque aún estando sola, no me siento tan sola. Escribo porque así, cuando mi cuerpo abandone este mundo, mis palabras no tendrán que marcharse con él. Alguien, como tú, quizás las lea. Y quizás alguien, como tú, hasta las entienda. Y en este momento es posible que incluso las compartas. Y, entonces, mis palabras no serán sólo mías sino que, por fin, también serán tuyas.

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