Mi alma, tierra hoy sedienta de agua, se agrieta. Quiebra mi cuerpo sin vida, me desvanezco. Y se cruza, entre los latidos cada vez más débiles, el peor de los silencios: el que nadie escucha.
No necesito nada más que tu impulso. No me hace falta más que tu voluntad.
Escapa de ese rincón tan estrecho en el que te escondes. Rellena los huecos con lo que no te faltó. Retoma la fuerza que hasta hoy tenías y, por favor, ármate de valor.
Si dependiese de mí, seguiría vivo. De ti depende que resucite hoy.
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