Jugaba a quedarse en blanco durante varias horas. Miraba ensimismada a través de una ventana y ni siquiera reparaba en que el cristal estaba sucio.
Frente a ella, se levantaban árboles, volaban pájaros. La gente paseaba y se reía. Sin embargo, ella no veía nada. Tampoco pensaba nada. Permanecía inmóvil, callada, totalmente absorta. Y en la quietud más absoluta, disfrutaba de su propia ausencia.
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